OTRA FORMA DE DECIR ADIÓS. Por SALVADOR VALLE JULIÁN.

Salvador Valle Julián




Hace poco asistí al entierro del padre de un conocido abogado cacereño. El funeral se celebró en Casares de las Hurdes y desde que llegue hasta que vine no deje de sorprenderme. En mi pueblo, como en todos los de su alrededor, los funerales son de otra manera. Ni mejor, ni peor. Son, simplemente, distintos. Este, al que me refiero me puso los “pelos de punta”, permítaseme la expresión. Al llegar al pueblo, la Plaza, lugar donde residía el difunto, estaba abarrotada y en la casa no se cabía. Fuimos mi hija Laura, mi mujer y yo a cumplimentar la condolencia con Tani, hijo del difunto, y entre abrazos nos relato el desenlace de su padre. Nos advertía que su padre era una persona querida en el pueblo, y que éste, el Pueblo, quería despedirlo de una forma especial.

Cuando las campanas de la iglesia reclamaban al difunto, éste salió de su casa a hombros de sus hijos y familiares y, apenas unos metros del quicio de la puerta, desde el balcón de Ayuntamiento, una mujer pronunciaba unas palabras que hizo derramar lagrimas entre los presentes. Abajo, en la Plaza del pueblo, tambores, castañuelas y dulzainas comenzaron a sonar. Un silenció inundó el ambiente y una pareja comenzó a danzar. Tani y los suyos, que portaban a su padre, bajaron el féretro hasta media altura y en esa posición giraron una y otra vez a su padre. Sencillamente el muerto se despedía de su pueblo bailando. Hasta la iglesia, por esas calles angostas y repinadas, la música no dejó de sonar… que digo; hasta el cementerio no se apagaron los sones de tambores y dulzainas. Pero en la iglesia aprendí una lección, pues nunca pensé yo que los muertos pudieran hablar y este hombre lo hizo para lazarnos un mensaje. Su hijo solo le prestó la voz. Y créanme, cuando les digo que aprendí una lección. Una lección que no se aprende en la escuela, bueno, no en la escuela reglada, pero sí en la Escuela de la Vida que es la única que te enseña unos valores que no se instruyen en otros sitios. Decía este hombre en una poesía, que su hijo tuvo el valor de leer en el presbiterio, que la vida hay que vivirla con ilusión y que si no se tiene ilusión todo lo que te rodea está muerto. El mensaje me caló y, reflexionado he llegado a la conclusión que hay muchos vivos que están muertos y algunos muertos continúan vivos. Pero Tani, Cuando el contrato de la vida es improrrogable no caben recursos, sepas que me voy de Casares de las Hurdes habiendo encontrado una bonita forma de decir adiós a un hijo querido del pueblo.